Playa con agua transparente perfecta, temperatura perfecta,
color maravilloso, aroma a sal y a yodo, el sol un poco fuerte. Almorzamos y
nos quedamos charlando debajo de los robles, el lugar donde siempre corre una
brisa fresca, pero esta vez el aire estaba caliente. Jorgelina, Mayra y Malena vinieron
a visitar a Sofi. Sofi se fue con ellas y Bastian a Montevideo.
Y yo me fui a Pueblo Garzón –no lo conocía- a la
inauguración de la exposición de una amiga, Juana Guaraglia. Pasé a buscar a
Elsa y a su amiga italiana a las siete. Antes de tomar la ruta, pasé por la
estación de servicio, llené el tanque del fusca que es bastante tragón y revisé
el aire de las ruedas, por cualquier cosa. Y salimos a ver qué era Pueblo
Garzón. Lindo paisaje el de la ruta, típico paisaje uruguayo suavemente
ondulado, zona –por suerte- sin soja. Llegamos después de casi una hora a la
entrada al pueblo, yo iba preocupada porque no veía el reflejo de las luces en
el asfalto, así que detuve el auto, bajé y miré a ver si estaban encendidas, y
sí, estaban, así que seguí manejando tranquila un rato más, por el polvoriento
camino de tierra y pedregullo que sale de la ruta y la conecta con el pueblo.
No llegábamos nunca, parecía un camino sin fin, me acordé de Alice Spring, el
libro de Mario (Levrero) que transcurre en un pueblo perdido en el medio del
desierto de Australia. Pero nos pasaban autos (dos autos) que no eran autos del
pueblo, autos que eran de Punta del Este. Nos llenaron de tierra, y veíamos
cada vez menos porque la luz del crepúsculo era cada vez más débil. Bajé de
nuevo y comprobé desalentada que las luces que funcionaban en el fusca eran solamente
las luces de posición. Pero a esa altura no había marcha atrás, para volver era
tarde, no íbamos a ver nada en la ruta –encima no había luna porque salía más
tarde y además hubiera sido muy peligroso, porque los demás autos no me iban a
ver, y es una ruta con mucho tráfico, de autos y de camiones. Llegamos a
Garzón, era una hilera de casas a ambos lados de un camino polvoriento cono el
que nos había llevado hasta allí. Dos o tres casas estaban muy iluminadas y
abiertas, se veían cuadros en las paredes. Bajamos y recorrimos las galerías,
buscando la obra de Juana. Solamente había fotografías y un ambiente extraño;
un pueblo como cualquier otro pueblo del interior, lejos de todo, con unas
galerías de arte con pretensiones chic y gente vestida como para una fiesta en
José Ignacio o Manantiales. Enfrente, la provisión del pueblo, muy iluminada
–contagiada por el efecto “pecera” de las nuevas tendencias arquitectónicas y
las nuevas costumbres exhibicionistas que se ven en los balnearios del este. Me
dirigí a la provisión. Había tres o cuatro personas, no era la típica provisión
de un pueblo, sino que tenía aires de supermercado, con góndolas y autoservice.
Saludé en voz alta a todos los presentes, como se hace en campaña; buenas noches; y me dirigí a la chica
que estaba en la caja, preguntándole si conocía algún electricista de autos. Me
dijo que no, que no había talleres mecánicos en Garzón, ni electricistas de
autos. Miré a los demás, interrogándolos con la mirada ¿nooooooooo,nadie?, pregunté. Un muchacho dijo puede ser que Enrique, ella dijo puede ser, pero estos autos nuevos no creo; no es un auto nuevo, dije rápidamente, es un fusca. Ah, dijeron
ambos, y ella llamó a Enrique por teléfono. No,
es un fusca, escuché que le decía al teléfono, me miró y me preguntó ¿un fusca blanco? Sí, le dije. Ella
colgó y me dijo dice Enrique que vaya
para allá, es cerca, a la entrada del pueblo. Usted pasó por ahí cuando llegó al pueblo. Que es mejor, porque así no
lo revisa ahí, frente a todos. Ahí, frente a todos era frente a las dos
galerías de arte y tres chicos que estaban tocando música con guitarras
eléctricas. Y alguna gente vestida de vernissage que paseaba con displicencia
de una galería a otra. Como si estar en ese rincón perdido del mundo mirando
unas fotografías fuese muy interesante. Me subí al auto, fui hasta la entrada
del pueblo (tres cuadras) pero no había nada, di vuelta y entré en la primer
bocacalle donde había visto dos casas, una junto a la otra, con luces prendidas
y gente en la puerta. Me bajé, vi un señor que estaba sentado en una silla
playera en el frente de la primer casa, buenas
noches, ¿usted es el electricista? Sí, ¿qué necesitaba? me respondió como
si no supiera que el fusca blanco que estaba frente a él era el fusca blanco
que él había visto pasar, y yo la que estaba buscando un electricista... Tengo un problema con las luces, encienden
sólo las de posición, le dije. Ahhh,
a ver, qué puede ser, cuándo se le apagaron. Yo no sé si puedo... debe ser un
fusible. Me pidió que moviera el fusca hasta debajo de un farol que
iluminaba la calle, para ver. Lo
llevé a donde me indicó y me bajé y él se zambulló abajo del tablero y empezó a
mover las pilitas esas que son fusibles. Yo saqué mi linternita led de bolsillo
y se la di, porque dentro del auto y ahí abajo la oscuridad era casi total.
Pero nada, las luces nada. Qué raro,
dijo, a ver si hay alguna cortada.
Sacó una por una, las miró, las volvió a colocar y de pronto, se encendieron
las luces, como por magia. Festejamos, él no entendía por qué se habían
encendido, y yo menos. Miró las luces, las prendió y las apagó, miró las luces
de atrás, apagó el motor. A ver, pruebeló,
dijo. Me senté, feliz, arranqué y encendí las luces. Encendieron sólo las de
posición. Otra vez a zambullirse entre los fusibles, sacar, poner, probar. Las
luces se encendían y se apagaban al mover el señalero, no encendían las de
atrás pero sí las largas, las cortas no. Al fin, llegó a la conclusión de que
el problema estaba en el aparato que conecta las palanquitas unas con otras,
con la bocina, con los señaleros. Y me dejó con las luces largas, y sin luces
de atrás, pero sí con las luces intermitentes “pisca”. No
toque esta palanquita porque puede hacer un corto y se le queman los fusibles,
cualquier cosa mueve acá, ve. Nosotras, felices. Muchas gracias, cuánto le debo, le dije, noo, no es nada... si usted
quiere, a voluntad. Le pagué y nos fuimos. Fuimos a buscar a Juana para
darle un abrazo y volver a Portezuelo. La encontramos enseguida porque en ese
pueblo todos saben lo que está pasando. Volvimos muertas de risa, encandilando
a todos los autos que venían de frente y encendiendo el “pisca” cuando los
autos se acercaban por detrás. Las dejé en Portezuelo y volví a La Escondida.
Me tomé un vino de premio.
