viernes, 15 de enero de 2016

29 de diciembre de 2015, martes.

Playa con agua transparente perfecta, temperatura perfecta, color maravilloso, aroma a sal y a yodo, el sol un poco fuerte. Almorzamos y nos quedamos charlando debajo de los robles, el lugar donde siempre corre una brisa fresca, pero esta vez el aire estaba caliente. Jorgelina, Mayra y Malena vinieron a visitar a Sofi. Sofi se fue con ellas y Bastian a Montevideo.

Y yo me fui a Pueblo Garzón –no lo conocía- a la inauguración de la exposición de una amiga, Juana Guaraglia. Pasé a buscar a Elsa y a su amiga italiana a las siete. Antes de tomar la ruta, pasé por la estación de servicio, llené el tanque del fusca que es bastante tragón y revisé el aire de las ruedas, por cualquier cosa. Y salimos a ver qué era Pueblo Garzón. Lindo paisaje el de la ruta, típico paisaje uruguayo suavemente ondulado, zona –por suerte- sin soja. Llegamos después de casi una hora a la entrada al pueblo, yo iba preocupada porque no veía el reflejo de las luces en el asfalto, así que detuve el auto, bajé y miré a ver si estaban encendidas, y sí, estaban, así que seguí manejando tranquila un rato más, por el polvoriento camino de tierra y pedregullo que sale de la ruta y la conecta con el pueblo. No llegábamos nunca, parecía un camino sin fin, me acordé de Alice Spring, el libro de Mario (Levrero) que transcurre en un pueblo perdido en el medio del desierto de Australia. Pero nos pasaban autos (dos autos) que no eran autos del pueblo, autos que eran de Punta del Este. Nos llenaron de tierra, y veíamos cada vez menos porque la luz del crepúsculo era cada vez más débil. Bajé de nuevo y comprobé desalentada que las luces que funcionaban en el fusca eran solamente las luces de posición. Pero a esa altura no había marcha atrás, para volver era tarde, no íbamos a ver nada en la ruta –encima no había luna porque salía más tarde y además hubiera sido muy peligroso, porque los demás autos no me iban a ver, y es una ruta con mucho tráfico, de autos y de camiones. Llegamos a Garzón, era una hilera de casas a ambos lados de un camino polvoriento cono el que nos había llevado hasta allí. Dos o tres casas estaban muy iluminadas y abiertas, se veían cuadros en las paredes. Bajamos y recorrimos las galerías, buscando la obra de Juana. Solamente había fotografías y un ambiente extraño; un pueblo como cualquier otro pueblo del interior, lejos de todo, con unas galerías de arte con pretensiones chic y gente vestida como para una fiesta en José Ignacio o Manantiales. Enfrente, la provisión del pueblo, muy iluminada –contagiada por el efecto “pecera” de las nuevas tendencias arquitectónicas y las nuevas costumbres exhibicionistas que se ven en los balnearios del este. Me dirigí a la provisión. Había tres o cuatro personas, no era la típica provisión de un pueblo, sino que tenía aires de supermercado, con góndolas y autoservice. Saludé en voz alta a todos los presentes, como se hace en campaña; buenas noches; y me dirigí a la chica que estaba en la caja, preguntándole si conocía algún electricista de autos. Me dijo que no, que no había talleres mecánicos en Garzón, ni electricistas de autos. Miré a los demás, interrogándolos con la mirada ¿nooooooooo,nadie?, pregunté. Un muchacho dijo puede ser que Enrique, ella dijo puede ser, pero estos autos nuevos no creo; no es un auto nuevo, dije rápidamente, es un fusca. Ah, dijeron ambos, y ella llamó a Enrique por teléfono. No, es un fusca, escuché que le decía al teléfono, me miró y me preguntó ¿un fusca blanco? Sí, le dije. Ella colgó y me dijo dice Enrique que vaya para allá, es cerca, a la entrada del pueblo. Usted pasó por ahí cuando llegó al pueblo. Que es mejor, porque así no lo revisa ahí, frente a todos. Ahí, frente a todos era frente a las dos galerías de arte y tres chicos que estaban tocando música con guitarras eléctricas. Y alguna gente vestida de vernissage que paseaba con displicencia de una galería a otra. Como si estar en ese rincón perdido del mundo mirando unas fotografías fuese muy interesante. Me subí al auto, fui hasta la entrada del pueblo (tres cuadras) pero no había nada, di vuelta y entré en la primer bocacalle donde había visto dos casas, una junto a la otra, con luces prendidas y gente en la puerta. Me bajé, vi un señor que estaba sentado en una silla playera en el frente de la primer casa, buenas noches, ¿usted es el electricista? Sí, ¿qué necesitaba? me respondió como si no supiera que el fusca blanco que estaba frente a él era el fusca blanco que él había visto pasar, y yo la que estaba buscando un electricista... Tengo un problema con las luces, encienden sólo las de posición, le dije. Ahhh, a ver, qué puede ser, cuándo se le apagaron. Yo no sé si puedo... debe ser un fusible. Me pidió que moviera el fusca hasta debajo de un farol que iluminaba la calle, para ver. Lo llevé a donde me indicó y me bajé y él se zambulló abajo del tablero y empezó a mover las pilitas esas que son fusibles. Yo saqué mi linternita led de bolsillo y se la di, porque dentro del auto y ahí abajo la oscuridad era casi total. Pero nada, las luces nada. Qué raro, dijo, a ver si hay alguna cortada. Sacó una por una, las miró, las volvió a colocar y de pronto, se encendieron las luces, como por magia. Festejamos, él no entendía por qué se habían encendido, y yo menos. Miró las luces, las prendió y las apagó, miró las luces de atrás, apagó el motor. A ver, pruebeló, dijo. Me senté, feliz, arranqué y encendí las luces. Encendieron sólo las de posición. Otra vez a zambullirse entre los fusibles, sacar, poner, probar. Las luces se encendían y se apagaban al mover el señalero, no encendían las de atrás pero sí las largas, las cortas no. Al fin, llegó a la conclusión de que el problema estaba en el aparato que conecta las palanquitas unas con otras, con la bocina, con los señaleros. Y me dejó con las luces largas, y sin luces de atrás, pero sí con las luces intermitentes “pisca”.  No toque esta palanquita porque puede hacer un corto y se le queman los fusibles, cualquier cosa mueve acá, ve. Nosotras, felices. Muchas gracias, cuánto le debo, le dije, noo, no es nada... si usted quiere, a voluntad. Le pagué y nos fuimos. Fuimos a buscar a Juana para darle un abrazo y volver a Portezuelo. La encontramos enseguida porque en ese pueblo todos saben lo que está pasando. Volvimos muertas de risa, encandilando a todos los autos que venían de frente y encendiendo el “pisca” cuando los autos se acercaban por detrás. Las dejé en Portezuelo y volví a La Escondida. Me tomé un vino de premio.



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