martes, 24 de marzo de 2015

15 de marzo de 2015, domingo.



Uy bajón. Me levanté temprano, puse el matambre a cocinar y me fui a leer, y claro, no puse alarma y me pasó lo que tenía que pasarme por no prever. En realidad, creo que fue un acto fallido –como siempre. Porque pensé que tenía que dejar alguna alarma para no distraerme, me conozco y me pasa con regularidad. Por supuesto, no puse alarma, me concentré leyendo y cuando me acordé –gracias a que me llegó una ráfaga del aroma a matambre al horno, con leche y cebolla, un tanto enrarecido, es verdad- cuando me acordé, y corrí a la cocina y abrí el horno, me encontré con unos cuantos pedacitos de algo muy oscuro –aunque no salía humo negro del horno (eso fue lo primero que miré). Pero, saqué la asadera del horno, y miré esos trozos miserables, secos, casi, casi carbonizados, y pensé en cómo solucionarlo. Bañé el contenido de la asadera con un litro de leche, con la esperanza infundada de que se rehidrataran y volvieran a un estado imposible de recuperar: dorados, tiernos, apetitosos.  Le agregué dos cebollas en aros y lo volvía poner en el horno a muy baja temperatura, con la idea de rehidratar y no cocinar. Hoce papas. Dejé todos los platos y utensilios que había utilizado sin lavar. Julio y sofi dijeron que estaba rico. Yo sé que no era rico, tampoco un asco, vamos, aunque casi. Me da mucha rabia, hace mucho tiempo que no cocinaba algo tan feo. Tengo que pensar qué pasa. Es bastante claro.
Lo que me salvó de la depre, fue que el flan quedó perfecto.Eso se nota al darlo vuelta, y al paladearlo. Mmmmm...


No hay comentarios:

Publicar un comentario