Uy bajón. Me
levanté temprano, puse el matambre a cocinar y me fui a leer, y claro, no puse
alarma y me pasó lo que tenía que pasarme por no prever. En realidad, creo que
fue un acto fallido –como siempre. Porque pensé que tenía que dejar alguna
alarma para no distraerme, me conozco y me pasa con regularidad. Por supuesto,
no puse alarma, me concentré leyendo y cuando me acordé –gracias a que me llegó
una ráfaga del aroma a matambre al horno, con leche y cebolla, un tanto
enrarecido, es verdad- cuando me acordé, y corrí a la cocina y abrí el horno,
me encontré con unos cuantos pedacitos de algo muy oscuro –aunque no salía humo
negro del horno (eso fue lo primero que miré). Pero, saqué la asadera del
horno, y miré esos trozos miserables, secos, casi, casi carbonizados, y pensé
en cómo solucionarlo. Bañé el contenido de la asadera con un litro de leche,
con la esperanza infundada de que se rehidrataran y volvieran a un estado
imposible de recuperar: dorados, tiernos, apetitosos. Le agregué dos cebollas en aros y lo volvía
poner en el horno a muy baja temperatura, con la idea de rehidratar y no
cocinar. Hoce papas. Dejé todos los platos y utensilios que había utilizado sin
lavar. Julio y sofi dijeron que estaba rico. Yo sé que no era rico, tampoco un
asco, vamos, aunque casi. Me da mucha rabia, hace mucho tiempo que no cocinaba
algo tan feo. Tengo que pensar qué pasa. Es bastante claro.
Lo que me
salvó de la depre, fue que el flan quedó perfecto.Eso se nota al darlo vuelta, y al paladearlo. Mmmmm...
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