Me levanté temprano, tomé el calmante porque me duele la
mejilla, el lugar donde antes estuvo una muela, querida muela. No querida por
muela, sino por parte. Tampoco tan querida, en realidad, no me aferro a esos
trozos de cuerpo, de cuerpo físico. No sé, si en lugar de una muela fuera una
mano, o una pierna, qué sentiría. Puede ser que lo mismo, (que no me aferro a
un trozo de cuerpo), o puede ser que sintiera algo distinto –por lo menos,
rabia. No sé. Pienso en mi madre, es inevitable. Y pensar en mi madre me hace
volver a pensar la muerte. Y por ahora, no cambié mi forma de pensarla –no
porque me parezca una virtud no cambiar, sino porque simplemente reafirmo una
sensación; que es bueno morir, que hay un tiempo para morir y que debemos usarlo.
Si no sintiera miedo, ayudaría a mi madre a morir, en el tiempo justo, el
ahora, el que corresponde. Perdón, madre, por no poder hacerlo, es muy egoísta
de mi parte. Sabiéndolo, y sin estar de acuerdo, no me rebelo y dejo que los
mandatos sociales y familiares se interpongan y me adapto a la “imposibilidad”
de ayudarte a lograr para ti un camino hacia la muerte menos humillante y más
natural y amoroso. Personalmente, sé que en el contexto social en el que estamos
inmersos, es imposible escapar a la extensión de la agonía. Por eso, sé que
cuando me toque, voy a dejar de vivir y voy a ir hacia la muerte esperanzada (espero).
Fui a Maldonado -a ver a mi madre- de tarde y volví de
noche.
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