domingo, 3 de mayo de 2015

20 de abril de 2015, lunes.



Me fui a Punta del Este, a ver a mi madre. No la encontré bien, hace tiempo que no la encuentro bien. Está triste, angustiada, ansiosa. Dice que quiere morirse, y yo, la entiendo; estoy averiguando formas de no llegar así a los últimos momentos de mi vida… cómo puedo hacer, firmar un papel con un escribano que diga que no quiero vivir así, que prefiero morirme, que prefiero una gran dosis de morfina o de lo que sea… ella está con miedo de hacer cosas sin compañía, pero no sin cualquier compañía… sin que alguno de sus hijos –nosotros- la acompañemos. Está súper demandante. Qué pena, la vejez. No le había sucedido, no había llegado a una decadencia, tampoco mi abuela. Mi padre un poco más, creo. Yo vivía lejos, físicamente- en esa época.
Toda la situación hace que me cuestione día a día el tema de la muerte, de la vida, cosas que pensé tener claras... Antes de qué decadencia es mejor morirse? Cómo se mide esa decadencia, desde la mirada del otro? Hasta dónde respondo a sus demandas –comparando con un bebé, o un niño pequeño? Y con qué fin… corregir a un niño pequeño, supuestamente, se hace para educarlo, para prepararlo para la convivencia con el mundo exterior, a la sociedad en su conjunto, y también como individuos aislados unos de otros. Pero, a un viejito? Por qué puede o debe corregírsele? 




No hay comentarios:

Publicar un comentario