Me fui a Punta del
Este, a ver a mi madre. No la encontré bien, hace tiempo que no la encuentro
bien. Está triste, angustiada, ansiosa. Dice que quiere morirse, y yo, la
entiendo; estoy averiguando formas de no llegar así a los últimos momentos de
mi vida… cómo puedo hacer, firmar un papel con un escribano que diga que no
quiero vivir así, que prefiero morirme, que prefiero una gran dosis de morfina
o de lo que sea… ella está con miedo de hacer cosas sin compañía, pero no sin cualquier
compañía… sin que alguno de sus hijos –nosotros- la acompañemos. Está súper
demandante. Qué pena, la vejez. No le había sucedido, no había llegado a una
decadencia, tampoco mi abuela. Mi padre un poco más, creo. Yo vivía lejos,
físicamente- en esa época.
Toda la situación
hace que me cuestione día a día el tema de la muerte, de la vida, cosas que
pensé tener claras... Antes de qué decadencia es mejor morirse? Cómo se mide
esa decadencia, desde la mirada del otro? Hasta dónde respondo a sus demandas
–comparando con un bebé, o un niño pequeño? Y con qué fin… corregir a un niño
pequeño, supuestamente, se hace para educarlo, para prepararlo para la
convivencia con el mundo exterior, a la sociedad en su conjunto, y también como
individuos aislados unos de otros. Pero, a un viejito? Por qué puede o debe
corregírsele?
No hay comentarios:
Publicar un comentario