lunes, 18 de mayo de 2015

16 de mayo de 2015, sábado.



Después de desayunar, cosechar zapallitos, cortar una flor esplendorosa para cocinarla a la plancha, admirar la limpieza y el orden que está dejando el señor De los Santos,  después de pasar la aspiradora y antes de almorzar me fui a ver a mi madre, en el fusca.  Pasé por lo de Cori a bañarme, ya que en mi casa no había agua, no supe por qué, ni me interesó saberlo, ya que hay un aljibe que –pese a la seca- estaba con mucha agua y no necesitaba más… (porque tenía la ducha de Cori).
Me acordé -me hizo acuerdo, dicen por el norte- de la época en que vivíamos en Tacuarembó, en el medio del campo, a 80 km de la ciudad -80 km de camino de piedra y barro- y Sofi y Marce eran chiquititos. Viviendo en Agua Clara pasamos más de una vez días y días sin agua. El tanque se llenaba con agua que sacaba de un pozo un molino de viento, así que si no había viento tampoco había agua. Siempre estaba la opción del aljibe, pero no de agua en la cañería, agua en balde. La casera, una mujer seca y fuerte, calentaba agua en ollas enormes para que nos bañáramos, y con esas ollas humeantes se llenaban las bañeras, y en los baños siempre había baldes con agua. No me tocó luchar con los aljibes. 
Llevé a mi madre a pasear en su camioneta nueva, que es muy cómoda, fuimos a la península a ver la puesta del sol, me crucé con Martín Sastre al atardecer, fuimos hasta la Barra a saludar a Mariana y volvimos por el Jaguel. 
Blanca ya estaba cansada. Yo también.


















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