Nos levantamos muy temprano, queríamos filmar el Río Cuarto
con niebla, y la niebla, si hay, se
puede encontrar en los bajos, de mañana temprano antes de que el sol caliente.
Intentamos llamar un taxi (es una ciudad relativamente pequeña, 120.000
habitantes, algo más grande que las ciudades más grandes del Uruguay, que
apenas pasan los 100.000 habitantes. Pero, a diferencia de las ciudades del
interior del Uruguay, Villa Mercedes está llena de taxis. Hay taxis por la
calle. Increíble, los uruguayos no estamos acostumbrados a eso. Incluso en
Montevideo hay pocos taxis, si necesitás tomar un taxi lo mejor es llamarlo por
teléfono, porque podés caminar 10, 15 cuadras o más sin que pase uno. Y en el
interior, imposible. Encontrar un taxi por la calle es muy poco probable.
Menos, sin pasajeros. Bueno, se ve que hay taxis porque la gente los usa. No
logramos conseguir uno, el conserje del hotel estuvo un buen rato llamando pero
todos los teléfonos de los fonotaxis estaban ocupados. Decidimos ir caminando,
el río estaba a 8 cuadras, nos dijeron. Caminamos apuradas, la niebla, si está,
puede desaparecer de un momento al otro. Cuando estábamos bastante cerca del
río (el puente se veía a lo lejos), paró un taxi un poco más adelante, bajó una
mujer y nos apuramos para preguntarle si quedaba libre. Nos dijo que sí, nos
subimos. Le explicamos lo que queríamos hacer, y nos llevó a la otra margen del
río, vimos un lugar que nos gustó, era un predio que tendría unos 300 metros de
campo desde la carretera hasta el río, era una discoteca (dijo el taxista) pero
cerrada a esa hora de la mañana… nos bajamos con las cámaras y él fue a dar la
vuelta por los accesos. Caminamos con Gaby unos 80 metros hacia el río, cuando
sentimos ladridos, miramos y había un montón de perros que empezaron a pararse
y a ladrar, y se venían hacia nosotras. Disimulando el pánico, los amenazamos con
gestos, y nos retiramos caminando (y aguantando las ganas de salir corriendo)
hacia la ruta. A medida que nos alejábamos, volvían a sus lugares, más
tranquilos. Subimos al taxi y le explicamos al chofer, que nos llevó hacia un
lugar que era público. Por fin bajamos, filmamos, un lugar muy lindo pero
bastante contaminado visualmente. La niebla no llegó. Había un poco de bruma
pegada a la superficie del agua, y se veía a lo lejos.
Volvimos al hotel, a desayunar, bañarnos y encarar el día.
Gaby habló con Daniel, el baqueano, y combinaron que nos encontrábamos en su
casa, a las doce y media, para salir hacia el sur. Él, a partir de los datos de
costos que le dimos, se encargó de conseguir el vehículo que nos llevaría.
Hicimos el check out, dejamos el equipaje en la conserjería
y nos fuimos hacia la dirección que nos habían dado, estaba a unas 10 cuadras
del hotel, según los planos. Caminamos por unas calles, siguiendo el plano,
hasta llegar a unas calles de tierra, parecía que se terminaba la ciudad. Pero no,
en una esquina vimos al Sr. Daniel con
su mujer y otra persona… Increíble. Era el taxista charlatán que nos había
paseado por Villa Mercedes buscando un hotel. No nos gustó demasiado, aunque no
lo dijimos, yo sabía que Gaby no estaba entusiasmada con el encuentro y ella
también sabía que me pasaba lo mismo. Pero en fin, estábamos ahí, y ahí íbamos,
a buscar las imágenes para el video. El taxista charlatán se portó bastante
bien durante el viaje. (Estoy sentada en el living de mi casa, armando el
relato, y levanto la vista y me encuentro con Abuba, sonriéndome desde arriba.
Le sonrío).
Y fuimos. Conseguimos imágenes. Nos trasladamos a un lugar
sin tiempo. La tierra, la vegetación nativa, los pastos secos, la laguna. Los
árboles secos. Transparencias. Los pájaros que vuelan. Los lugares, y los
tiempos. El olor. La tierra. Las cámaras listas, registrando. Qué hacer, como
imaginar un afecto, dejar que aparezca, que se genere la imagen. A través del
lente veo primeros planos, planos generales, imágenes abstractas que generan
los juncos, el agua, los árboles. Son bellas imágenes, es lo que buscaba.
Buscaba lo que me estuvieron diciendo las imágenes, y las imágenes, a su vez, me
señalaron lo que buscaba. Todos los sentidos alertas recibiendo signos,
traduciendo signos en imágenes. Traduciendo imágenes en signos. Qué imágenes
sugiere este afecto, este sentir. Desde las imágenes, desde los signos, desde
los sentidos, fue como si todo se expandiera, la mente se expande y celebra la
unión de los afectos con los signos, con las imágenes. Formas. Amores. Vida. Una
felicidad inmensa.
Hasta ahí (y más cosas pasaron que ahora no tengo ganas de
contar) la internación al sur, a la frontera, al desierto. A un lugar que parece
conservar la memoria, rastros, que imaginamos casi intacto, casi como era, sin
huellas notorias de los ciento y pico de años que pasaron. Buscando imágenes.
El resultado de la búsqueda será el video. Y la búsqueda nos dio mucho.
Horas después estábamos en Villa Mercedes, agotadas. Y
teníamos todavía 8 horas por delante. Sin haber podido descansar, darnos otra
ducha, tirarnos un rato en una cama. Fuimos un rato a trabajar a la sala,
recibir correo, enviar correo, internet,
y enseguida decidimos dar una vuelta, comprar alfajores típicos para llevar de
regalo, cositas. Y salimos, compramos algunas cosas, nos topamos con un lugar donde
vendían unos alfajores muy famosos y buscamos algún lugar acogedor para tomar
un café, descansar y reponer fuerzas. El pronóstico más seguro de nuestro
futuro inmediato era trabajar en la sala del hotel hasta las 2 de la mañana.
Caminábamos buscando el café cuando sentimos una vos que dice “¡Teresa!”. Muy
extrañadas, aunque ya nos guiaba una sintonía mágica, nos damos vuelta y nos encontramos
con una cara agradable, que nos explica quién es (Claudio, un contacto que
había hecho desde Montevideo por facebook- pero que no nos habíamos visto nunca).
Claudio nos invitó a cenar, organizó un delicioso asado, nos fue a buscar por
el hotel, y de madrugada nos llevó a la Terminal de autobuses. Así finalizó nuestro
viaja al sur de la provincia de Córdoba, de la forma más maravillosa,
encontrándonos con un apasionado de la historia de su ciudad, Villa Mercedes,
su mujer y uno de sus hijos. Fue un personaje indispensable en la búsqueda. Sin
Claudio, sabemos que nada de esto hubiera sucedido. Fue muy emocionante
habernos encontrado con una persona tan
sensible y generosa, y tan apasionado por la historia de los Ranqueles.
No hay comentarios:
Publicar un comentario