Bajón. Butiá se
escapó. Yo estaba atendiendo la puerta, esperando a una mujer que me trajera un
cambio, todavía en camisón, cuando pasó Butiá como si fuera la Pantera rosa, escurriéndose
entre mi pierna y la puerta, sin darme tiempo a atajarla. Le grité, pero trotó
calle abajo. Yo no podía correrla en camisón por la calle, o sea que tuve que
esperar a que la mujer volviera y entrar, vestirme a toda velocidad y salir a
la calle a buscarla. La ví, por la vereda de Requena, casi llegando a Bulevar
España. Salí corriendo, pero fue imposible alcanzarla, cuando llegué a
Maldonado ya no la vi, crucé Bulevar pero imposible. Como había salido
corriendo apurada, no había agarrado el teléfono, ni las llaves de casa. Volví,
Sofía me abrió, se quedó super angustiada cuando le conté lo que había pasado,
llamé a Julio para que me ayudara a buscarla en el auto –se acababa de ir al
Nautilus. Me caminé todo el parque, Sofía otro tanto, y Julio recorrió en auto.
Dos horas después nos encontramos en casa, sin éxito, la perra no había
aparecido. Alguno la había visto, pero nada en concreto. Los paseadores de
perros –con los que hablamos- habían armado una red de búsqueda de Butiá. Me senté
a la compu a buscar fotos para publicar en las redes sociales, para imprimir y
pegar en los árboles, y me dieron ganas de llorar cuando miraba a Bastian
jugando con Butiá, hice casi un duelo perruno, aunque mi relación con los
animales no es apasionada, me dolía su desaparición, más por los que iban a
sufir con eso, Ale, Bastian, Sofi, que por mí. Tomé la decisión de cambiar lo
programado, que era irme tranqui a la chacra con Cori (el fin de semana me
tocaba quedarme con mi madre) y hacer los afiches, e intentar recuperar a la
perra. Ya había abierto Photoshop, cuando sonó el teléfono, y sin querer
ilusionarme, vi que era Silvia, la paseadora de perros que lleva a Butiá. (que
fue a la primera que llamé, que claro que estaba en el parque, pero no la había
visto). Hola, le dije, desesperanzada, y con miedo de una mala noticia. La encontramos,
me gritó, feliz, estpá en Bulevar España y Blanes, con otra paseadora, te están
esperando. Uf. Felicidad. Corrí a buscarla, cuando llegué, les agradecí y me
contaron: la había encontrado un muchacho que la había atado a un poste en esa
esquina y como una mujer con dificultades de movimiento estaba ahí, le dijo que
la dejaba atada y que después del trabajo pasaba de nuevo por ahí, que si nadie
la había recogido, se la llevaba a dormir a su casa. La mujer se quedó allí,
sentada, acompañando a Butiá para que no se sintiera abandonada. Increíble. La actitud
de la mujer, del hombre. Le agradecí –en silencio, claro- a la especie humana
por conservar esos rasgos generosos y solidarios. Volví a casa con Butiá, que
me arrastró por cinco cuadras. En esas cinco cuadras se me pasó el amor por
ella. Pero igual, estuve reconfortada de haberla reencontrado. Me fui con Cori (que
había salvado su examen de estadística) para la chacra, tranquila. Ella siguió
para Maldonado y yo me quedé en La escondida. Llegué de tardecita. Lo primero que hice fue matar a una araña
gigante que entró por debajo de la puerta. Me ponen mal las arañas, me dan
pánico. De noche, miré el cielo, estaba maravilloso, brillando de estrellas.
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