jueves, 16 de abril de 2015

10 de abril de 2015, viernes.



Bajón. Butiá se escapó. Yo estaba atendiendo la puerta, esperando a una mujer que me trajera un cambio, todavía en camisón, cuando pasó Butiá como si fuera la Pantera rosa, escurriéndose entre mi pierna y la puerta, sin darme tiempo a atajarla. Le grité, pero trotó calle abajo. Yo no podía correrla en camisón por la calle, o sea que tuve que esperar a que la mujer volviera y entrar, vestirme a toda velocidad y salir a la calle a buscarla. La ví, por la vereda de Requena, casi llegando a Bulevar España. Salí corriendo, pero fue imposible alcanzarla, cuando llegué a Maldonado ya no la vi, crucé Bulevar pero imposible. Como había salido corriendo apurada, no había agarrado el teléfono, ni las llaves de casa. Volví, Sofía me abrió, se quedó super angustiada cuando le conté lo que había pasado, llamé a Julio para que me ayudara a buscarla en el auto –se acababa de ir al Nautilus. Me caminé todo el parque, Sofía otro tanto, y Julio recorrió en auto. Dos horas después nos encontramos en casa, sin éxito, la perra no había aparecido. Alguno la había visto, pero nada en concreto. Los paseadores de perros –con los que hablamos- habían armado una red de búsqueda de Butiá. Me senté a la compu a buscar fotos para publicar en las redes sociales, para imprimir y pegar en los árboles, y me dieron ganas de llorar cuando miraba a Bastian jugando con Butiá, hice casi un duelo perruno, aunque mi relación con los animales no es apasionada, me dolía su desaparición, más por los que iban a sufir con eso, Ale, Bastian, Sofi, que por mí. Tomé la decisión de cambiar lo programado, que era irme tranqui a la chacra con Cori (el fin de semana me tocaba quedarme con mi madre) y hacer los afiches, e intentar recuperar a la perra. Ya había abierto Photoshop, cuando sonó el teléfono, y sin querer ilusionarme, vi que era Silvia, la paseadora de perros que lleva a Butiá. (que fue a la primera que llamé, que claro que estaba en el parque, pero no la había visto). Hola, le dije, desesperanzada, y con miedo de una mala noticia. La encontramos, me gritó, feliz, estpá en Bulevar España y Blanes, con otra paseadora, te están esperando. Uf. Felicidad. Corrí a buscarla, cuando llegué, les agradecí y me contaron: la había encontrado un muchacho que la había atado a un poste en esa esquina y como una mujer con dificultades de movimiento estaba ahí, le dijo que la dejaba atada y que después del trabajo pasaba de nuevo por ahí, que si nadie la había recogido, se la llevaba a dormir a su casa. La mujer se quedó allí, sentada, acompañando a Butiá para que no se sintiera abandonada. Increíble. La actitud de la mujer, del hombre. Le agradecí –en silencio, claro- a la especie humana por conservar esos rasgos generosos y solidarios. Volví a casa con Butiá, que me arrastró por cinco cuadras. En esas cinco cuadras se me pasó el amor por ella. Pero igual, estuve reconfortada de haberla reencontrado. Me fui con Cori (que había salvado su examen de estadística) para la chacra, tranquila. Ella siguió para Maldonado y yo me quedé en La escondida. Llegué de tardecita.  Lo primero que hice fue matar a una araña gigante que entró por debajo de la puerta. Me ponen mal las arañas, me dan pánico. De noche, miré el cielo, estaba maravilloso, brillando de estrellas.

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